Sitio Beta de la versión 3 de Daegon

Sitio Beta de la versión 3 de Daegon

Nuevos dioses para un mundo viejo. Guerra y fe. La llegada de los hijos de Tayshar.

marzo21

Huyendo del destructor los hijos de Tayshar se dirigirían hasta Daegon; la realidad que había sobrevivido a la llegada del enemigo. Donde serían recibidos por Ytahc, quien lamentaría la muerte de su hermano.
Juntos prepararían la defensa para la siguiente venida de Baal, quien esperaban que les siguiese en su búsqueda de las fuentes de la vida. Pero mientras se preparaban para esta labor, algo llamó poderosamente su atención: en un nivel de existencia distinto al suyo, los hombres continuaban moviéndose y cambiando. Amando y combatiendo.
Aquellas criaturas les despertaban sentimientos encontrados pero, por encima de todas las demás, primaba la curiosidad. Sus miradas se dirigían cada vez con mayor frecuencia hacia ellos y como consecuencia de aquella observación, de la necesidad de comprensión e interacción que despertaban en ellos, aparecerían sobre la faz del planeta avatares de sus esencias. Más como un acto reflejo que como un acto consciente, proyectarían sobre aquel mundo constructos con forma humana capaces de comunicarse y relacionarse con los hombres. Seres que estos fuesen capaces de percibir y comprender. Nuevas entidades completas y complejas que desarrollarían personalidades independientes.

Sobre Daegon los convulsos tiempos de guerras habían finalizado. Los Ailanu, los descendientes de Ailan y Neima, guiaban el camino de la humanidad. Mientras el resto de los hombres combatían, los primeros hijos de Ailan, aquellos que no habían sido marcados por el destructor y los suyos, continuaron con el legado de sus padres: El entendimiento y dominio de los mecanismos que regían su realidad. Tras estudiar y observar aquellos mecanismo durante milenios crearían el Naludah Avanyali; los escritos en los que se definirían los “Preceptos para el análisis, la comprensión y el control de la energía planar”.
Gracias a este conocimiento, los Ailanu se convertirían en los gobernantes de facto de Daegon. Primero como consejeros de reyes y señores de la guerra para, con el tiempo, convertirse en los los Adar Gielanu; los reyes eruditos. Decían servir a los gobernantes de los distintos reinos, pero sus señores eran mortales, mientras que ellos eran intemporales. Sus plumas serían los instrumentos que darían forma y definirían la historia. De esta forma, desde su papel de asesores, poco a poco habían conducido al mundo a una nueva era de prosperidad y estabilidad.
La irrupción en su mundo de aquella nuevas criaturas no pasaría desapercibida, ni a ellos ni al Kilgar Doreth, por lo que no tardarían en entablar contacto con ellos. Ambos grupos recibirían de distinta manera las nuevas que portaban.
Mientras parte de los ailanu acusaron a los Tayshari de traer de vuelta al destructor y exigierían que abandonasen su hogar, los demás elegirían escuchar a los recién llegados, a los que llamarían Kansay; el legado de los cielos. Los hombres erigirían templos en su nombre y comenzarían a adorarlos. Los reyes atenderían a sus palabras por encima de las de sus consejeros. La estabilidad se quebró, dando comienzo a un nuevo ciclo de guerra y muerte.
Mientras tanto, el concilio aceleró los preparativos para enfrentarse a Baal una vez más.

Regresos y éxodos. Guerra en los límites de la existencia. Huidas y sueños.

marzo16

Durante milenios, recluido en las entrañas de de Namak, Baal trataría sin éxito de imponerse sobre la carga que para él representaba la consciencia, ignorante de la ironía de que aquello era algo que ni siquiera él era capaz de destruir. Sólo quería recuperar el descanso que le otorgase la inconsciencia, pero lo que había sucedido no podía ser deshecho. Ante él se hallaba un camino que tendría que recorrer. Un camino repleto de decisiones a tomar y consecuencias que afrontar. Con el dolor como única guía y experiencia, en su interior sólo halló una única manera de recorrer aquella senda. Una única manera para alcanzar el descanso y el olvido: La destrucción de toda existencia.

Tras tomar la decisión, Baal atacaría el hogar de Tayshar; donde se encontraban las fuentes de la vida. Su poder, alimentado por el dolor, era tan grande era que las barreras que separaban los planos caían a su paso como si jamás hubieran existido. Ante aquella fuerza imparable nada podía hacer Tayshar por detenerlo. Tan profunda era la herida que le afligía, que ni siquiera Layga podría sanarlo.
Sabedor de esto Tayshar se encaró ante el destructor, dando a sus hijos la ocasión de huir y ocultar las fuentes que estaban consagrados a proteger. Tan solo Kozûl permaneciendo junto a su padre mientras sus hermanos huían, ignorante de que aquel combate no era sino un acto desesperado para ganar tiempo. Tayshar perecería infligiendo una única herida al destructor, una herida que le impediría ver la ubicación de las fuentes.
Una vez abatido el padre, Baal seguiría a sus hijos, sin saber que las fuentes se encontraban ocultas en el interior del cadáver yaciente de Tayshar. Tras su partida, Layga también se despediría de su difunto compañero. Regando sus restos con nueva vida, crearía sobre él un jardín eterno; Dayashu, la tierra de los sueños y encomendaría a Kozûl su cuidado. Después se despidió también de él y se dirigió hacia una nueva batalla.

Epílogos y preludios. Yago y Shur. Ira y renacimiento.

marzo7

Como un acto reflejo causado por aquellos eventos, los poderes cerrarían los accesos a sus realidades, con la vana esperanza de que esto detuviese al destructor en su regreso, consolidando de esta manera los seis planos. El enemigo había partido, pero sabían que regresaría.

Baal tas regresar a al seno de su difunto padre, quedaría sólo y aislado del resto de los poderes. Allí permanecería milenios tratando de asimilar su nuevo estado. Sus hijos ya no le seguirían. Ya no era uno de ellos, ya no era “puro”. Había sido “corrompido” por la consciencia de su propia existencia. Los kurbun continuarían en aquel lugar hasta que las anárquicas mareas del arrastraban les llevasen hasta otro lugar.

Tras la partida de los kurbun, los guardianes reconstruirían los picos y volverían a sus lugares de reposo, a la espera de su regreso. Pero la marca de Baal y los suyos quedaría grabada a fuego en los hombres. Las guerras que se habían iniciado, se prolongarían durante milenios, arrasando con todo lo que se había creado hasta entonces. Aquellos que no habían sido infectados por el enemigo, caerían víctima de sus hermanos. Los hombres descubrirían nuevas maneras de matar, crearían artefactos capaces de erradicar toda forma de vida. La marea de muerte no sólo se llevaría las vidas de aquellos que participaron en la lucha, sino que también acabaría con la memoria de lo que la humanidad había sido, llegando un momento en el que ni siquiera supieron de donde provenían sus mismos nombres. El sacrificio de Daegon les había dado una oportunidad que no aprovecharían.

Sólo unos pocos conservarían los recuerdos de aquel legado. Apenas una docena de los padres sobreviviría a aquella locura. Por su parte, los siete dragones ya no serían reyes, pues no quedaba nadie que escuchase sus palabras. Desde la lejanía, todos ellos contemplarían con tristeza como habían fracasado en sus misiones. Ellos formarían el Kilgar Doreth, el concilio de los inmortales. En él sería juzgado Dayon y aceptaría su condena, pese a considerarla insuficiente. Allí sería juzgado también Nitsalaya, quien se había negado a luchar, o ayudar a sus hermanos durante la contienda y su condena sería el olvido. Ni el ni sus hijos serían recordados por quienes les rodeaban. Ellos serían Itkalum; aquel que no existe.

Entre las estrellas, el vagar de los kurbun les llevaría hasta Tansaûl, hogar de Yago. Este mundo giraba alrededor de Xanday, que albergaba a Shur. Ambos harían frente al enemigo y ambos perecerían. Sus almas llegarían a Ilwarath, donde Avjaal las juzgaría, como había hecho en incontables ocasiones, pero el señor de los muertos vio que sus esencias no habían sido manchadas por los kurbun. Por esto les ofreció entrar a su servicio. Yago sería su general, quien recolectaría las almas de los dignos, aquellos que serían los inagorn; los matadores de dioses, quienes harían frente al destructor en el final de los tiempos.
Shur, cuya luz purificaba las almas, seleccionaría aquellas capaces de imponerse sobre la mancha del enemigo y las devolvería de nuevo a las fuentes de la vida, dándoles una segunda oportunidad.

La muerte de los mundos. Destrucción y cenizas. El final de una era.

marzo1

Baal y los kurbun vagaban por las realidades mecidos por los vientos del azar. A lo largo de su camino sólo dejaban destrucción y realidades fracturadas.
Finalmente atravesarían la oscuridad transformando en miedo, olvido y dolor lo que antes había sido esperanza, descanso y cobijo. Apenas unas fracciones de aquel lugar permanecería inalterado tras su paso.
Pero, en aquella ocasión, la destrucción no sería lo único que provocaría su presencia. Tras su marcha, los enemigos invisibles del hombre despertaría y, como sanguijuelas, alimentándose de sus despojos, se adherirían a aquella comitiva siniestra Rotark, la locura, Yr´ Laan, la enfermedad, Jeshema, la corrupción, Shurgull, el miedo, Yrkay, el dolor y Drisdane, el odio.

Tras cruzar el umbral que separaba las realidades, los kurbun y distintos aspectos de los enemigos descendieron sobre Ytahc. Los cielos se oscurecieron y la luz de las estrellas se volvería rojiza. Los reyes dragón despertarían a los guardianes durmientes y los hombres conocerían la mortalidad.

La invasión llegaría también hasta los hijos de Ytahc, a través de la puerta de los mundos, a la que se conocería desde aquel momento como Rakundareh: La portadora de desgracias.
Shaedón, el primero de los kurbun, llegaría hasta Hayashu, hogar de Devas y destruiría aquel mundo dejando moribundo a su huésped. Después alcanzaría Máyandar, hogar de Yyvylion, quien abandonaría a su anfitrión para presentar batalla antes de que este fuera alcanzado. A su lucha se uniría Nigoor quien moraba en Gansaku, dejando desprotegido su hogar. La batalla se prolongaría durante siglos y ambos mundos terminarían siendo destruidos por los hermanos de Shaedón. Después de esto, los kurbun continuarían su vagar ignorando a los supervivientes. Estos, pese a estar agotados y heridos, volverían hasta su padre para ayudarle en la lucha que aún continuaba.
Tiempo después, Shaedón volvería hasta Ytahc, y después de acabar con la vida de millones, acabaría conociendo la consciencia y la humanidad tras dar descanso a la torturada alma de Kenrath.

En Ytahc, los reyes dragón perecerían luchando contra el enemigo, pero sus hijos y hermanos continuarían con su lucha. Dayon tomaría la espada de su padre, Dae’on, al igual que Maed’lloar lo haría con la de Shat’red, Yrmus Krill los haría con Narg’eon, Kafarnaul continuaría con el legado de Yur´kahn, Huatûr el de Sem’bar, Asereth el de Mash’Kar y Belrotah el de Noroth’grael.

Los padres de los hombres también sucumbirían y, por cada uno de ellos que perecía, su estirpe quedaba marcada por el sello de Baal: la marca de la mortalidad. Pero la muerte no era el peor de los destinos que les aguardaba, ya que aquellos cuya voluntad se veía doblegada por el dolor o la rabia pasaban a engrosar las filas del enemigo. Los padres se enfrentarían a sus hijos, viéndose obligados a acabar con sus vidas o perecer bajo su mano. Así Ulmar contemplaría como Ulvir, uno de sus hijos, acabaría con la vida de todos sus hermanos y se convertiría en Aknôt: El fin de toda esperanza. Estaría en la mano del propio Ulmar acabar con la vida de su hijo, pero su mano vacilaría y cada una de las vidas que arrebatase el hijo pesarían sobre la conciencia del padre.

En Kawanase, Nalsai y Daela perecerían con su eterna sonrisa en los labios. En Hannadar los harían Harst y Kaedra tratando de proteger a los suyos. En Danrath Benkey y Leana caerían asesinados por su hijo Lorgal.

Los hombres morían o sucumbían bajo la influencia del enemigo. También los picos caerían dejando, al final sólo Gurudael y Matnatur como los últimos bastiones en presentar batalla.

En Imshul, Dayon y Daegon, hijos de los difuntos Dae’on y Vandara, hermanos y esposos defenderían el primer pico junto a Ulmar, Huatûr, Luara y Laconish. A su alrededor sólo había muerte, pero ellos jamás desfallecerían.
En Matnatur Karag´tamur cobijaría a los últimos resistentes que bautizarían la ciudad como Rielt Kamage, la ultima esperanza.

En uno de los escasos momentos de respiro, Daegon, durante una de sus guardias contempló el cielo, pero vio algo más. Más allá de los límites de la realidad, contemplando el legado de sus hijos se encontraba Baal. Él moraba en un nivel de existencia superior al suyo, y sólo habían visto y combatido contra las pequeñas porciones de su poder que eran el resultado de su cercanía. Lo contempló y comprendió que no había razones para sus actos.
Elevándose hacia los cielos trató de acercarse a él y atravesó los limites del universo hasta alcanzarlo. La comprensión le había llevado más allá del odio o el dolor. La rabia había desaparecido y no deseaba hacerle daño. En su interior sólo se albergaba un deseo, ayudar a los suyos y para hacerlo sabía que no eran necesarias las armas. Estaba más allá del campo de influencia del destructor. Baal no podía herirla.
Se situó frente a él y le rozó con su mano, provocando un estremecimiento en toda la extensión de su ser al notar como la consciencia comenzaba a despertar en su interior.
Pero Jeshema no deseaba que el conflicto terminase y nublo la mente de Dayon engañándole para que la matase. Así, blandiendo la espada de su padre, atravesó la espalda de su esposa, hiriendo también a Baal. De aquella herida, de la mezcla de la sangre de Daegon y la esencia de Baal caería de los cielos una nueva criatura, Annandaroth, que sería recogido y ocultado por Ulmar y Huatûr.
Dayon, al ser consciente de lo que había hecho, arrojó la espada de su padre lejos, donde no sería encontrada en milenios.
Pero el daño ya estaba hecho. Baal ya no era un ser puro, pero tampoco había sido capaz de asimilar su consciencia. Su primer contacto con ella había significado dolor y aquello era todo cuanto le deparaba su existencia. Cada instante, cada criatura, cada mota de polvo significaba dolor para él. Pero no podía morir. Él era un poder primario, un elemento imprescindible para la existencia y mientras la más pequeña fracción de la creación perdurase, el no conocería la paz. Abrumado por el dolor huyo hasta los confines más lejanos de la realidad.

Con su último acto en vida, la esencia de Daegon trascendió su cuerpo mostrándose como una luz cegadora que tocaría a todas las criaturas que moraban sobre Ytahc. Esta luz también crearía una barrera que los kurbun no podrían atravesar.
Los hombres habían llamado de muchas maneras a su hogar. Unos lo habían llamado Adai y otros Arcthuran. Algunos se referirían a él como Evyal y Nansalar. Pero a partir de aquel momento en la mente de todos ellos sólo habría un nombre: Daegon.

Hermanamiento e Imperio. El reinado de los siete reyes dragón.

febrero24

Bajo el auspicio de los reyes dragón la humanidad no sólo sabría del enemigo, sino que también uniría y pondría en contacto a las estirpes de todos los padres. Más adelante, cuando aquellos guardianes que se habían dirigido hacia las estrellas llegasen a otros mundos en los que también había surgido la vida, juntos crearían Ansale Pandar; la puerta de los mundos.

Así los hombres colonizarían otros mundo y crearían fortalezas en ellos para defender a las criaturas que allí habitaban. Mientras tanto en su hogar no dejarían de descubrir y adiestrar a nuevas criaturas. En las rocosas llanuras de Sgamul los hijos de Gundarek y Laisar se convertirían en los domadores de shaygan, los creadores de valles, los nómadas del viento. Sobre las espaldas de aquellas gigantescas criaturas construirían aldeas y fortalezas volantes que estos seres les transportarían por los cielos.
En las islas Irscalot, aislados en el océano Vagrani, los hijos de Maleri y Alashi convertirían a los traslucidos y cambiantes navani en guía y escolta para sus naves por todos los mares y océanos. Los más osados de ellos, los Gon Danyar, los jinetes marinos, viajarían en el interior de aquellas criaturas sobre y bajo las aguas.
En las junglas de Wandar, Angorm y Lyg Andrós lograrían comunicarse con las bestias primigenias y convertirlas no sólo en sus aliados, sino en sus hermanos.

En el norte, Mugeb y Sahai junto con su estirpe crearían bajo el hielo la ciudad Kaze, en el sur Shunor y Shaída les imitarían creando la de Grodoj.
En el este Izami y Shizune crearían la ciudad armónica de Kinsiday, en cuyo centro ubicarían la fortaleza laberinto de Sundagar.

Mientras sus hermanos construían sus hogares, Ailán y Neima recorrerían el mundo tratando de descifrar sus secretos. Sus ojos podían ver más allá que los de ningún otro, y eran capaces de percibir la misma estructura que daba cohesión a todas las cosas.

Durante mucho tiempo, el guardián a quien los hombres llamarían Maed’lloar caminaría entre los hijos de Ulmar y Raida, mientras Asereth lo hacía junto a los de Niam y Kenrath. Ninguno de ellos había asumido su forma definitiva. Ambos compartían una visión diferente sobre su misión, una visión obtenida en las largas noches conversación alrededor de la hoguera junto a Niam y Raida. Finalmente su forma les vendría de una manera natural, aunque no dejaría de sorprenderles, pues serían los únicos de los guardianes que asumirían forma de mujer.

Pero los siglos trascurrían y nada se sabía del enemigo. Con el tiempo las advertencias de los guardianes fueron perdiendo su trascendencia para los hombres. Incluso algunos de los guardianes empezaron a dudar de su misión y aceptando por completo su condición de humanos, buscaron metas propias. A ellos se les llamaría tsaday, los nuevos hombres, aunque eras más tarde aquella palabra cambiaría su significado por el de renegados.

Mientras todo esto sucedía en Ytahc, en los fuegos de la ardiente fragua de Sholoj, Kafarnaul, el forjador, creaba las armas para los reyes, las llaves que deberían cerrar el camino al destructor. Por su lado, en Kay Tíndawe, la sala de los espejos situada en el corazón de Lutnatar, Huatûr no cesaba en su incansable búsqueda de aliados por todos los mundos y realidades para la batalla que acaecería.

Y, finalmente, el enemigo llegó.

Los primeros dioses. El advenimiento de los padres de los hombres.

febrero22

Los padres de los hombres aparecerían como una nueva fuerza primaria. Ellos eran distintos del resto de las especies, pues en ellos se hallaban facetas de todos los poderes. Eran la suma de todo lo que les había precedido y serían la semilla de lo que estaba por llegar. Ellos eran los descubridores de conceptos, los arquitectos del futuro, los dadores de nombres.
Cada uno de ellos nacería solo y aislado. Aparecerían esparcidos por todos los rincones de Ytahc pero, a pesar de saberse únicos, supieron que había más como ellos y no tardarían en comenzar su búsqueda.
Cada uno tenía su propia visión de como debería ser el mundo y, desde el primer momento, recorrieron el mundo buscando respuestas para las preguntas y retos que les deparaba todo lo que veían. Deseando encontrar a aquellos que compartían sus sueños para juntos convertir en realidad aquellas visiones.
A su paso todo lo que les rodeaba se doblegaba ante su voluntad, pero sus acciones no estaban alentadas por el capricho. Al contrario que sus hermanos, el instinto no era su única guía pues, a diferencia de estos, disponían del intelecto para atemperarlo.

Aquel era un universo joven y nada se sabía aún de leyes o límites, de barreras o axiomas, y serían ellos con sus manos y su imaginación quienes las estableciesen.
Contemplaron los ríos y construyeron diques, islas y puentes. Contemplaron las montañas y extrajeron lo que necesitaban de su interior para crear ciudades, pero estas no tendrían murallas, pues aún no sabían del enemigo. Arrasaron bosques para crear naves que les llevasen más allá del horizonte. Volvieron su vista a las alturas y contemplaron el cielo y las criaturas que lo poblaban. Buscaron más allá y las estrellas ocuparon todo cuanto abarcaba su mirada.

Desde sus emplazamiento, los guardianes contemplaron a aquellas extrañas criaturas. Antes habían sido reflejo de todas las creaciones de su padre, ya fuesen seres vivos u objetos inmóviles, pero aquellos seres eran distintos. Caminaban con altivez, pero carecían de la elegancia de los grandes depredadores. Sus cuerpos parecían frágiles, pero eran capaces de horadar las montañas. Sus voces eran dulces, pero se imponían con autoridad ante el rugido de las bestias. Aquel cúmulo de contradicciones despertaba en ellos algo que no eran capaces de entender. Durante mucho tiempo les siguieron, contemplándolos desde la distancia. Tratando de ser su reflejo, de convertirse en ellos para poder entenderlos, pero aquella tarea les resultaba imposible.

Finalmente la estirpe de Luara y Laconish llegaría hasta la ladera del primer pico, y serían ellos quienes le pusieran nombre y construyesen en su base la ciudad de Imshul. Hasta allí, atraído por la cercanía de de aquellas criaturas, bajaría el primero de los guardianes.
Primero sería recibido con recelo y extrañeza, pues su aspecto cambiaba constantemente, resultando una amalgama de todos los que le rodeaban, pero que en nada parecía humano. No sería hasta que ante él se alzase Vandara “La de mente aguda”. Comprendió cual era el fin último de su misión. En aquel momento se sintió maravillado e insignificante pues, mientras él era destrucción creada para luchar contra la destrucción, ella era capaz de crear vida. En aquel momento, realizando su primer acto consciente, asumió su forma definitiva. Ya no era un reflejo de lo que le rodeaba, sino un ser nuevo y distinto, humano en su esencia, guardián en su poder y su misión. Para completar aquel cambio, Vandara le daría un nombre, bautizándolo como Dae’on.

Él advertiría a los hombres del enemigo y la guerra que asolaría su mundo y ellos se prepararían para el conflicto construyendo armas y creando en lo alto del pico la fortaleza de Imshul. Desde allí vigilarían Dae’on y Vandara y allí criarían a sus dos hijos: Dayon y Daegon.

Aún desde la lejanía, sus hermanos sintieron el cambio en Dae’on y el resto de los guardianes que permanecían vigilantes se verían afectados por la comprensión que este había alcanzado. Nunca se habían hecho preguntas, cuestionado o dudado de su misión. Nunca habían tenido necesidades o impulsos más allá de la espera. Pero, dentro de sus limitaciones, cada uno de ellos también era una criatura única, un hijo del cambio, y cada uno de ellos respondería de una manera distinta ante aquella revelación.

Su percepción del mundo cambió. Habían visto y experimentado a su padre con los sentidos de todas las criaturas que lo habitaban, pero en aquel momento pasaron a tener sentidos propios para percibirlo por ellos mismos.
El despertar de su consciencia traería consigo a la curiosidad. Movidos por aquella nueva sensación, los primogénitos de cada uno de los restantes picos viajarían hasta los lugares donde se encontraban aquellas pequeñas criaturas que lo habían cambiado todo.

Aquel a quien los hombres llamarían Narg’eon, señor del monte Kibani se uniría a la estirpe de Ware y Lahaya que bajo su pico crearían la ciudad de Tayatán.

Shat’red, señor de Matnatur, haría emerger parte de su pico cerca de las costas de Kanyai, el hogar de Nalsai y Daela; los del rostro inquisitivo. Mientras tanto, bajo el mar, Karag´tamur que aprendería de los hombres las artes de la construcción, fortificaría Matnatur, a la que se estos llamarían Rielt Kamage; la ultima esperanza.

Zulera y Gérdelain; los de la piel de bronce, contemplarían la llegada desde las estrellas de Yur’kahn, señor de Lianu y Sem’bar primer nacido de Olen’Dogar sería recibido en Wúnderath por la estirpe de Scándar y Sígrid; los de la sonora carcajada y lealtad inquebrantable. Mientras tanto, desde su hogar en Lutnatar, Huatûr; El contemplador. Aquel cuya mirada todo lo ve, asumiría su propia forma, y se bautizaría a sí mismo, siendo su nombre la primera palabra que pronunciasen sus labios.

Los hijos de Sholoj, Mash’Kar, señor de Nalot y Noroth’grael, primogénito de Lubdatar recorrerían juntos el largo camino que les separaba de Ytahc, y juntos llegarían a Undal Kíderath, los dominios de Yalan y Gáreald; los de curiosidad infinita.

Pronto todos los pueblos de los hombres supieron de la batalla que se avecinaba, y se prepararon para enfrentarse al enemigo. Guiando sus pasos y cuidando de ellos se encontrarían los siete reyes primogénitos; Los siete reyes dragón.

Nacimientos y despertares. El alumbramiento de los hijos de Adai.

febrero13

Del sueño y el inconsciente de Ytahc y de su unión con su compañera, surgiría la vida sobre esta. Criaturas de de todos tipos florecerían y se esparcirían por toda su superficie. Seres guiados por el instinto y la inconsciencia.
Pero Ytahc, que las amaba a todas ellas, vivía sumido en la incertidumbre, pues sus heridas le recordaban constantemente que El Destructor y los suyos llegarían algún día para acabar con todo lo que había creado.
De aquellas sensaciones; del dolor y la rabia, del miedo y desesperación que le causaba aquella espera, nacerían la única de sus creaciones a la que marcaría con una misión. Más adelante, cuando los contemplasen los hombres, recibirían muchos nombres: Unos los recordarían como los Gunday Arek, La hueste perdida y otros como los Dragún Adai, los hijos de Adai. Durante su descanso se les conocería como los Mayane Undalath, los guardianes durmientes y aquellos que convivieran con ellos hablarían de los Ansale Daimashu, la furia de Daimashu. Pero ellos nacerían y morirían como los guardianes de Ytahc. Aquellos que poseen todas las formas.

Los guardianes surgirían de la piedra y el fuego de los siete picos. Sobre la superficie de Ytahc, en lo alto de los montes Gurudael y Kibani surgirían las dos primeras estirpes y la más profunda sima de sus océanos se hallaría y aún perdura Matnatur, la ciudad eterna, el único de los picos que no sería conquistado.
Sobre la blanca superficie de Lutnatar, girando sobre Ytahc, se encontrarían Lianu y Olen’Dogar y sobre todos ellos, entre los ardientes llamaradas de la superficie de Sholoj, surgirían los dos últimos picos: Nalot y Lubdatar.

Tras su primer despertar, los guardianes recorrieron toda la extensión de sus padres buscando al enemigo, pero donde esperaban dolor y destrucción, sólo encontraron hermanos y belleza. Durante mucho tiempo vagaron sin rumbo ni cometido, reflejándose en las criaturas con las que se encontraban, asumiendo y experimentando miles formas y de sensaciones. Miles de maneras de percibir, entender y apreciar lo que les rodeaba, aquello que se les había encomendado proteger.

Pero habían nacido para combatir y, con el tiempo, muchos de ellos decidieron abandonar la espera y regresar a la roca de la que habían surgido. Otros sentirían la llamada de las estrellas, el lejano canto de los hijos de Ytahc, y surcarían el vacío buscando el origen de aquellas voces, pues supieron que también necesitarían de su protección cuando llegase el enemigo.

Tras la partida de sus hermanos, sólo los primeros nacidos de cada uno de los picos permanecerían despiertos, esperando y vigilando inalterables desde sus hogares la llegada del destructor.
Pero, antes de la llegada de Baal, presenciarían el nacimiento de una especie que les cambiaría como ninguna otra lo había hecho.

Caos y creación. El viaje de Ytahc.

enero12

Ytahc vagaba por los reinos de sus hermanos impregnándolos y empapándose con su esencia. Aquel solitario devenir carecía de destino, se limitaba maravillarse con la visión de las creaciones que inundaban aquellas realidades.
Pero todo cambió al llegar a Namak. Pese a no ser conscientes de su presencia en aquel lugar, la mera cercanía del destructor y sus vástagos resultó una agresión para él. El tiempo perdió su significado, para convertir cada instante en una nueva forma de agonía.
Con sus últimas fuerzas, Ytahc logró escapar de aquel lugar, para refugiarse en los confines de la realidad. Se encontraba herido, pero aquella herida sanaba, pues él era herida y curación, cambio y libertad. El era tiempo y creación, movimiento y expansión. Él era Ytahc, él era el caos.

Y mientras su ser sanaba, Ytahc soñó. Soñó que de su interior surgían infinitos seres que llenaban la bastedad del cosmos. Hijos de su mente. Herederos de su esencia.
Soñó que sus hijos se fundían con las creaciones de los Suritani, imbuyéndolas de vida.
Soñó que sus hijos tomaban conciencia de si mismos y, a su vez ellos también soñaban, moldeando sus hogares, llenándolos de nuevas formas, colores y criaturas.
En su mente contempló como sus hijos se reunían, danzando unos alrededor de los otros en una anárquica y hermosa coreografía. Dejándose mecer por la melodía primaria del vacío.

Ytahc abrió los ojos y contempló con orgullo y emoción a su progenie. Durante eones viajó entre ellos, aprendiendo y experimentando. Maravillándose ante su involuntaria creación.

Tras su largo vagar, su camino se cruzó con la más hermosa de la criaturas que jamás hubiese encontrado. Coronando aquel lugar, ajeno a cuanto le rodeaba, un mundo solitario creaba su propia camino. Ninguno de sus hijos parecía haberse fijado en él.

Durante tiempo inmemorial contempló a aquella criatura, embelesado por la sencillez de su forma e hipnotizado por la cadencia de sus movimientos, y la siguió hasta que alcanzaron el centro de aquella realidad. Aquel lugar también había sido el destino de otros dos viajeros errantes, que les acogieron con con un caluroso abrazo y les hicieron reconocer aquel lugar como el final de sus caminos.

Allí Ytahc daría por finalizado su viaje, pues había encontrado su hogar. Con delicadeza se introdujo en el corazón de aquel mundo y, nuevamente, soñó.

Vida y muerte. Tiempo y pactos. Incertidumbre y esperanza.

enero10

Avjaal contemplaba, desde más allá del los tiempo, el camino que habían recorrido sus hijos antes de regresar hasta él, completándolo de nuevo. Contempló la belleza de la vida y la tristeza del tiempo. Dolor y sacrificio, alegría y esperanza. Contempló como sufrirían y morirían. Contempló como sus propias acciones les llevarían hasta el trágico final.
Contempló todo esto incapaz de hacer nada pues pues Él estaba más allá de aquellas disquisiciones. El tiempo no era sino una mota, una fracción apenas perceptible dentro de la inmensidad de su ser. Pero, aún así, no podía evitar el contemplarlo una y otra vez invadido por una profunda tristeza. Cada vez que observaba aquella pequeña joya, apreciaba un nuevo matiz; Una vida que antes había pasado inadvertida, le mostraba un nuevo aspecto de sí mismo. Una muerte que le hacía apreciar aún más a aquellas diminutas criaturas.
Nada en aquel lugar se le hacía insignificante y, cada vez que la observaba, Sakuradai le devolvía la mirada con una muda súplica.
Trató de crear otras realidades, nuevos conceptos que aplacasen aquella desazón que le atenazaba con cada nueva visión de lo que habían sido sus hijos, pero sólo conseguía obras vacías. Criaturas artificiales carentes de vida. Cada pequeño cambio que introducía destruía el conjunto, cada nuevo intento se convertía en un nuevo fracaso. Siempre regresaba a aquellas minúsculas vidas que no dejaban de emocionarle. El tiempo y la vida formaban parte de él, pero su esencia había cambiado convirtiéndolos en algo distinto de lo que fueran. Haciéndole sentir vacío en lugar de completo.

Finalmente, Avjaal, tomó una decisión; No deseaba contemplar de nuevo el sufrimiento de sus hijos, pero tampoco permanecería ajeno a su destino.
Así que Avjaal se despojó del manto de la omnipotencia. Se encogió hasta entrar en aquella diminuta gota de sí mismo y, sellando un pacto sin palabras con sus hijas, les otorgó su último obsequio: El don de la incertidumbre, el regalo de la esperanza.
Los vestigios de su poder se esparcerían a lo largo del tiempo, creando nuevas vidas. Vidas ocultas a los ojos de Sakuradai, o a los suyos propios. Vidas que podrían alterar el devenir de los acontecimientos.
Tras hacer esto, crearía Ilwarath, la tierra de los muertos, su última morada. El lugar donde esperaría el fin de los tiempos. Donde sería engullido por La Nada cuando todos los suyos hubiesen desaparecido.
Desde allí contemplaría a sus hijos desde una nueva perspectiva, siendo uno más de ellos. Experimentando sus alegrías y pesares.
Desde allí contemplaría el rostro de Sakuradai que, por un breve momento, perdería su eterna expresión de tristeza y, en aquel momento, Avjaal conocería la felicidad.

Interludios y comienzos. Barreras, metafísica y conceptos. El establecimiento de los planos.

enero8

En el inicio de los tiempos, Los Primeros comenzaron a definirse a sí mismos. A fundirse con los poderes y axiomas que habían creado, abandonando y superando el nivel conceptual, para abrazar y dar forma a los seis planos.

Así, Suritán se convertiría en el hogar de la luz. La creadora de formas. Aquella que moldea el universo. El origen de toda materia elemental. Cobijadora y nutriente de la vida. Y aquellos que la acompañaron se convertirían en los Suritani; Los forjadores de mundos.
De sus manos surgirían estrellas y cometas. Planetas y galaxias. Esparciendo su legado por todos los rincones de la realidad naciente.

Enaí se hizo uno con la oscuridad, formando con ello Jonund; El camino. Camino hacia lo que aún no nos muestra la luz. El sendero que comunicaría a todos los hermanos. Esperanza de lo que está por llegar y aún no somos capaces de percibir. Quien nos guarda y oculta de la mirada del enemigo.

Baal se sumergiría en los restos sin vida de su padre, destruyendo aquella realidad inerte. Pero los fragmentos de Namak que se desprendían a lo largo de su camino se impregnarían de la esencia del destructor, dando con ello a luz a los kurbun; La destrucción informe. Los asesinos de dioses. Los portadores de la no-vida.

Kestra observaba las acciones de sus hermanos, pero no era capaz de comprenderlas. Así que los contempló hasta que halló una razón entre tanta locura, un patrón en aquella cacofonía de formas y movimientos. Viendo como sus compañeros no eran conscientes de las consecuencias de sus actos, buscó establecer una armonía que compensase la anárquica creación que se estaba llevando a cabo.
Para que le ayudasen en aquella labor crearía a Argotaj e Irasai y juntos se convertirían en los arquitectos de realidades. Los edificadores de barreras. Señores del orden, la estabilidad y el equilibrio.

Ya desde el momento de su nacimiento, Sakuradai poseería el don de la consciencia, y contemplaría como todos sus hermanos eran abrazados por su manto. Pero esto no hizo sino alejarla de ellos, pues ella era el tiempo; Principio y fin de todo.
Desde su concepción, conocería los pasos que darían sus hermanos y de como acabarían ellos y todo cuanto habían creado y crearían. Contempló nacimientos y muertes, éxitos y fracasos, auges y caídas. Contempló como trataría de evitar lo inevitable. Contempló como fracasaría una y otra vez. Padeció desde el primer momento su propio dolor a lo largo de los eones, pues la certidumbre y la desesperanza serían su condena eterna.

Tayshar e Ytahc caerían rendidos ante la belleza de Layga desde el mismo momento en el que la contemplaran por primera vez. Ambos la desearon y ambos recibirían su abrazo y su semilla, creando un vínculo imperecedero entre ellos.
Pero Ytahc era cambio y evolución, por lo que abandonaría a sus hermanos para crear su propio camino.
Así Layga y Tayshar, imbuidos también por la esencia de su hermano, moldearían su entorno para crear un hogar. En el crearían las fuentes de la vida; Shud Elaen, Origen de carne. Shud Krieg; Proveedora de intelecto y Shud Ilawar; Alimentadora del espíritu.
En aquel lugar también darían a luz a los Tayshari; Los guardianes de la creación. Señores de la empatía y Servidores de las fuentes.

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